El Debate
- Torcuato Campmany
- 17 jun 2015
- 10 Min. de lectura
1
La mañana fue muy cariñosa con Rodolfo. Los rayos de sol fueron deshaciéndose lentamente al contactar con sus ojos y le despertaron del plácido sueño originado la noche anterior.
Se levantó cuidadosamente. No quería despertar a las prostitutas transexuales de escasa estatura que descansaban junto a él.
Las observó con una mezcla de desprecio y lascivia. Para él, representaban lo peor de los valores de una humanidad en decadencia, pero a la vez sentía unos irrefrenables deseos de copular con ellas como había estado haciendo hacía unas horas.
Se dirigió al armario de la suite presidencial y acarició su mejor traje, aquel que siempre le había traído fortuna en los momentos más difíciles de su carrera política. Abandonó el fino tacto de la tela y decidió situarse delante del espejo, sujetando con convicción el rosario que llevaba siempre consigo desde que hizo la primera comunión.
Sonrió y su reverso le devolvió la sonrisa, por fin había llegado el día del debate con su adversario político y estaba decidido a aprovecharlo al máximo.
Seguía sin entender muy bien el porqué de la extraña decisión de televisar el enfrentamiento a primera hora de la mañana pero acató la decisión sin rechistar. Según los dirigentes de la televisión, el debate matutino entre los dos principales candidatos a la presidencia del gobierno ayudaría a los niños a despertar su interés por las elecciones, aunque razones extraoficiales indicaban que el motivo del extraño horario era que a ningún telespectador le interesaba ya la política.
El traje le quedaba como un guante aunque el color de la corbata asignada no le convencía del todo. Eso no se quedaría así, despediría a su asesor de imagen.
Se colocó cuidadosamente su anillo de casado, el mismo que había estado colocado en su dedo durante más de treinta años, exceptuando noches salvajes como aquella.
Mientras situaba correctamente la alianza observó como una de sus acompañantes se levantaba de la cama, aún llevaba puesto el traje de comandante de la Gestapo que tanto le había excitado en sus juegos sexuales.
Que ese culito no pase hambre…- exclamó Rodolfo mientras sacaba su lengua repetidas veces.
La prostituta le contestó, llenando la estancia con su característica voz ronca.
Es usted incorregible, señor Rodolfo. Para ser usted de derechas, bien que le gusta tocar la del centro…
Rodolfo sonrió acariciándose la entrepierna. Tuvo que realizar grandes esfuerzos para no ser devorado por la lujuria que le poseía, pero finalmente pudo controlar sus impulsos dirigiendo sus pensamientos a su abuela materna, el mejor ejemplo de virtud y castidad cristiana.
El ojo de cristal de la madre de su progenitora consiguió ahuyentar de golpe todos los pensamientos obscenos que se agolpaban en su cabeza.
Rodolfo se despidió de sus acompañantes asegurándose, una vez más, que sus encuentros seguirían en el más estricto anonimato.
En la puerta le esperaba su fiel asesor Roberto. En sus manos llevaba un café americano y un donut.
¿Ha descansado bien, señor?- le preguntó.
Perfectamente, perfectamente.
El maquillaje y los últimos retoques, ¿se los damos en el coche, señor?
Sí, he estado muy ocupado esta noche preparando mi asalto al poder, pero igualmente no me quiero dejar nada en el tintero. Las cosas empiezan a cambiar, Julián. Empiezo a oler a presidente de la nación.
Claro que sí, señor. Así se habla. Trabaja usted muy duro para conseguirlo, de eso no hay duda.
Rodolfo y Roberto salieron al exterior acompañados de cuatro fornidos guardaespaldas que ejercían impecablemente su trabajo: protegerles de los numerosos flashes que intentaban asaltarles.
Rodolfo absorbía la luz de las cámaras y las transformaba en estúpidas sonrisas, más propias de un galán de Hollywood que de un político de su categoría moral.
En la puerta le esperaba una elegante limosina oscura, que le sirvió para escapar del acoso del poder mediático.
Pablo, el chofer, le observó con indiferencia.
¿Adónde nos dirigimos?- preguntó.
A la Moncloa.
¿A la Moncloa?
Rodolfo carraspeó y emitió una mueca que intentaba aparentar ser una sonrisa.
Perdón, perdón. Me he adelantado a los acontecimientos. Nos dirigimos a los estudios de televisión. La Moncloa ya vendrá después…
2
Un frío chorro de agua despertó a Ignacio de golpe, aunque éste ni se inmutó y siguió acurrucado en su cama. Una resaca espantosa se había aposentado en su cabeza y no quería dejarlo escapar por nada del mundo.
Julián, su asesor personal, le ayudó a dirigir sus torpes pasos hacia el lavabo de la habitación, sorteando numerosas botellas del mejor whisky escocés.
Una vez en el baño, le lavó la cara y observó su aspecto. Era deplorable, más propio de un mendigo que del presidente del gobierno.
¿Se encuentra bien, señor?- le preguntó.
Knjdfkfjdkd.- balbuceó Ignacio.
El alcohol y las drogas le habían hecho olvidar por un breve instante que iba por detrás de su rival político en las encuestas, pero la verdad, por muy dolorosa que fuera, siempre acababa por regresar.
Julián le agarró del hombro, dirigió a su jefe de nuevo al colchón y observó la mesita de noche. Aún quedaban rastros de quetamina y otras sustancias blanquecinas sin clasificar. El jefe de gobierno sabía que no debería haber mezclado la anestesia para caballos con el alcohol pero el miedo le hizo comportarse de forma extraña.
Julián extrajo un móvil de última generación de su bolsillo y apretó las teclas necesarias para ponerse en contacto con su compañero situado al otro lado de la puerta.
Pedro, soy Julián. Necesito que me traigas un bote de sal fuman para reanimar al presidente. Es urgente, no reacciona…No, no tenemos tiempo de llamar al médico, además sería un escándalo y no nos podemos permitir según qué cosas, así que deja de preguntar estupideces y obedece, ¿De acuerdo?
La espera se fue alargando hasta conseguir impacientar a Julián. Siempre que se encontraban en situaciones de máxima prioridad sus asistentes se empeñaban en complicarle la vida, como hacían casi siempre que debía tomar una decisión importante. Pero ya pasaría cuentas más tarde, ahora lo prioritario era remontar el vuelo del presidente, un vuelo que las encuestas vaticinaban estrellado antes de aterrizar.
Desde que fue contratado, Julián había sido el presidente en la sombra, el hombre invisible controlado por el aparato del partido que controla a su presidente. Parecía un trabalenguas, pero ese era su trabajo. Controlar al que controla.
Por fin unos secos golpes en la puerta le despertaron de sus ensoñaciones. Pedro había llegado con el salfumán.
Julián lo recogió, maldiciendo por bajo a Pedro. Abrió la botella y situó la castigada nariz del presidente delante de la botella.
Ignacio no tardó en reaccionar de golpe, como si acabara de ver a la muerte pasear a su lado.
¿Dónde estoy?- preguntó.
En la suite del hotel Hilton, señor. Nos pidió que le dejáramos descansar pero el personal del hotel nos llamó por…ciertos ruidos que molestaban a los clientes.- respondió Julián.
¿Qué ruidos?
Ruidos, señor.
¿Qué clase de ruidos, Julián? Vamos, contesta…
Algunos clientes aseguran haber escuchado a una persona imitando a un gorrino a altas horas de la madrugada.
Vaya tontería.
El rostro de Ignacio adquirió por un breve instante un color extraño, el mismo tono rosáceo de los cerdos de granja.
Julián le miró con cautela. Si una cosa había aprendido en estos años de experiencia era a ver, oír y callar. Así de simple.
El personal del hotel no acudirá a la prensa, ¿verdad, Julián?- preguntó Ignacio.
No, señor. Nos hemos asegurado de ello, no se preocupe.
¿Seguro?
Seguro, señor presidente. Le repito que nos hemos encargado de ello, sin fisuras.
Bien, bien. No esperaba menos de usted. Por cierto Julián, ¿qué estoy haciendo aquí?
En un par de horas tiene usted un debate televisado con el jefe de la oposición, señor. Vamos muy apurados de tiempo.
¡Mierda, mierda, mierda!
Ignacio se dirigió con rapidez a la mesita, abrió un cajón y extrajo un pañuelo azulado con polvos blancos en su interior. Al cabo de unos segundos, su nariz albergaba restos de la misteriosa sustancia.
Esa no es la solución, señor presidente. Sólo va a empeorar las cosas.
Déjame, estoy muy nervioso. ¡Lo necesito, coño! - respondió Ignacio.
Julián cogió el teléfono y en unos escasos minutos, la habitación se llenó de estilistas, maquilladores y peluqueros diversos.
Una hora más tarde, el presidente de la nación parecía un señor incluso digno, como si hubiera rejuvenecido unos años de golpe.
¿Qué tal me ves, Julián?
Impoluto, señor. Impoluto…
Bueno, así me gusta. ¿Me has preparado el discurso?
Sí, señor. Aquí tiene…
Ignacio cogió el papel y empezó a leer de carrerilla.
Políticas sociales…bla, bla…Somos el único partido que defiende a los trabajadores, bla, bla, bla… Pequeño y mediano empresario, bla, bla, bla, bla…Bien, me parece correcto. Lo de siempre, pero con más dramatismo. Me gusta.
Gracias, señor, muy amable.
Por cierto, Julián ¿por dónde cree usted que puede atacar la oposición?
Paro e inmigración, señor presidente.
¡Hijos de puta! Siempre con lo mismo. En fin, se creen que estoy muerto pero nunca un muerto ha estado más vivo...
Antes de salir por la puerta, Ignacio corrió hacia su mesita y esnifó la última raya antes del gran debate matutino.
Llegaron a la puerta del ascensor y Julián se percató de un pequeño detalle.
Señor, por favor, límpiese. Tiene toda la nariz blanca.
El presidente hizo caso a su consejero y sonrió.
Gracias, Julián. Por fin llegó el momento de la verdad. Será un combate a muerte…
3
“Bienvenidos todos al gran combate de este siglo, al duelo que sólo nuestra televisión, Canal Five, podía ofrecerles en primicia. Dos estilos de hacer política completamente opuestos. ¡A su derecha con ochenta kilos de peso y dos elecciones ganadas de forma consecutiva, Ignaciooo Ereguren, del partido progresista!”
Las palabras del presentador del debate y los aplausos del público envalentonaron al presidente del gobierno, que adoptaba un semblante serio y positivo, seguro de su victoria.
“A la derecha de la derecha y con noventa kilos de peso, un auténtico Panzer de la política, un bulldog que es el favorito de las encuestas, Rodolfooo Sacristán, del partido conservador.”
Los gritos de ánimo y el discurso encendido del moderador llenaron a Rodolfo de testosterona. Sabía que acabaría destrozando a su rival.
“Bien, señores. Ha llegado la hora de la verdad. Hoy se decidirá el voto de muchos de sus electores. No cabe vacilación ni duda. Así que señor Ereguren, por favor empiece su discurso.”
Bien, yo quería decir que…
¡Mentira!- interrumpió Rodolfo.
Por favor, señor Sacristán. Espérese a que su oponente acabe el discurso o que por lo menos diga algo…- intervino el presentador.
Las risas del público enrojecieron a Rodolfo, que intentó disimularlo como pudo.
Perdón, me he adelantado. Estamos tan acostumbrados a las mentiras de nuestro presidente, que estoy preparado para todo…
Esta vez las risas se volvieron a su favor, lo que enojó terriblemente a Ignacio, aunque intentó disimularlo.
Bien, como iba diciendo, mi deber es defender el legado que deja mi partido. Hemos puesto en práctica unas buenas políticas sociales porque somos el único partido que defiende a las clases trabajadoras y al pequeño y mediano empresario. Estamos trabajando para mejorar la economía y no desfalleceremos jamás.
Es su turno, señor Sacristán.
Gracias. Considero que todo lo que ha dicho mi oponente son patrañas y mentiras, como ha hecho durante toda la legislatura. El paro aumenta, las empresas no paran de cerrar y las políticas sociales no son propias de su partido. ¡Oiga!
Qué le ocurre, Rodolfo?- preguntó extrañado el locutor.
Ignacio me ha sacado la lengua. ¡Se estaba burlando de mí!
Eso es mentira. ¡Mentira!
Por favor, cálmense. Continúe, señor Rodolfo y señor Ignacio, deje de burlarse de su oponente.
Yo no he hecho nada de eso. – replicó don Ignacio.
¡Mentira!
Por favor, continúe señor Rodolfo. Los electores están impacientes por escucharle.
Gracias, señor presentador. Si no me interrumpen, continuaré. Bien, la situación es muy complicada y el gobierno solo da palos de ciego. Son como los cangrejos, nos llevan para atrás en vez de para adelante y presumen de lo que no tienen, cojones. Sí, les faltan cojones. Pero, ¿cómo podemos fiarnos de un presidente que parece débil mentalmente hablando? Tiene el mismo nivel intelectual de las babosas.
¡No toleraré que me falte al respeto! ¡Yo por lo menos no predico castidad y pago por los servicios de transexuales!
Rodolfo enrojeció de repente. No esperaba una contestación así, pero decidió responder al ataque con toda la fuerza que poseía.
Eso son infamias, pero por cierto, límpiese la nariz, señor presidente. Todos conocemos su adicción por las drogas.
Una estilográfica voló y fue a parar al cuello de Rodolfo. Se clavó y un pequeño torrente de sangre explosionó hasta llegar al suelo.
El presentador se giró para ayudar al presidente de la oposición pero una voz surgida del pequeño micrófono le detuvo.
Andrés, Andrés ¿me oyes?
Sí, ¿qué ocurre?
La audiencia ha subido una barbaridad. Una puta barbaridad ¡Somos líderes! Provoca al público y fomenta una pelea entre los dos candidatos. ¡Será histórico!
Pero…
¡Hazlo!
Está bien, está bien. Lo haré.
Andrés se dirigió a Rodolfo y le entregó un pequeño pañuelo para que pudiera limpiarse la sangre, acto seguido se giró y empezó a animar al agitado público, que jaleaba constantemente.
¿Quién ganará este combate? Apuesten, apuesten…
¡Apuesto cien euros por Ignacio!- gritó un espectador.
¡Yo, doscientos por Rodolfo!- exclamó otro.
Una bella azafata vestida de conejita playboy se paseaba ante la atenta mirada de los espectadores. Llevaba una bandeja con armas blancas y pequeñas pistolas para distribuir entre el público, todo servido con una enorme sonrisa de oreja a oreja que no aportaba absolutamente nada al show, sólo una inteligencia similar a la de las amebas.
¡Animen a sus candidatos y tírenle las armas para que puedan vencer a su oponente! ¡Sólo por cincuenta euros podrán contribuir a la derrota de su rival! – gritó Andrés.
Los dos asesores de los candidatos se miraban aterrorizados. Estaban lejos de las cámaras, el uno junto al otro, avergonzados del espectáculo presenciado por sus ojos, así que decidieron vencer sus prejuicios entregando sus cuerpos a una pasión irrefrenable y besándose con lujuria.
Mientras, los dos candidatos se enzarzaban en una batalla campal sin tregua alguna. En un principio los puñetazos y las patadas fueron los golpes más utilizados por los luchadores hasta que Ignacio introdujo su dedo meñique en la pequeña herida provocada por la estilográfica. La herida se agrandó y la sangre fue escapando sin control alguno.
¡Vamos, Rodolfo, desangra a ese rojo de mierda!- dijo un espectador mientras lanzaba un cuchillo al rival de Ignacio.
Rodolfo cogió el cuchillo al vuelo y lo introdujo, con toda la rabia que albergaba su corazón, en el cuello de su enemigo que cayó al suelo mientras intentaba taponar la herida con sus manos.
Andrés, lejos de angustiarse por la situación, se dirigió a la cocina del plató y se preparó un gran bocadillo de chorizo ibérico, su favorito. La audiencia subía como la espuma y eso le gratificaba, su programa pasaría a la historia.
Ignacio iba a morir, lo sabía. Lamentaba enormemente el no tener los polvos mágicos que le aguantaban día tras día. Si los hubiera tenido a su disposición, seguro que Rodolfo no se hubiera escapado con vida.
Pero antes de cerrar los ojos, vio caer un hacha de enormes proporciones a su lado. Algún espectador se la había lanzado con la intención de que acabara con su rival. Y eso haría. El ciudadano era su máxima prioridad en el período electoral.
Se armó de las escasas fuerzas que aún le quedaban y hundió el hacha en el pecho de Rodolfo. Notó que había atravesado la caja torácica por un molesto ruido parecido al de un tenedor rayando un plato de porcelana.
Rodolfo se estrelló contra el suelo, su vida se había evaporado para siempre, al igual que la de su rival.
Andrés esquivó la sangre vertida y habló al público.
Podemos decir que el combate se ha saldado con un KO técnico.
Abandonó las palabras dirigidas a los políticos muertos y se dirigió hacia sus asesores, que seguían besándose sin importarle nada más.
Ahora os desvelaremos la bonita historia de amor entre Julián y Roberto. Dos asesores situados en bandos opuestos pero unidos por una pasión irresistible con bonito final. ¡Todo esto y más en nuestro programa “Que té pasa corazón”

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